viernes, 8 de julio de 2016

"Procesos Técnicos" de Ariel Bermani


Por, Pablo Goodbar



Manual de procedimientos



Procesos técnicos es el décimo libro de Ariel que tengo en casa. Según las solapas de sus libros, tiene nueve libros publicados. Pero tengo uno que no quiere reconocer, una especie de hijo prematuro no deseado, con algunos poemas y uno de esos perros en la tapa.

Ya no escribo, y nunca escribí sobre Ari. Tal vez es el momento de hacerlo.

Escribe desde hace mucho, ¿treinta años tal vez? Cuando nos conocimos, tenía muy buenas ideas, y hablaba obsesivamente sobre lo que pensaba escribir. Pero cuando escribía esas ideas, cuando las mostraba, había un clima de frustración en el aire. Nada era como lo pretendido, nada salía del todo bien. Esa diferencia entre lo anhelado y lo concretado, entre el producto deseado y el logrado, no es una idea  demasiado original. En la inmensa llanura de las citas, recuerda a aquel joven escritor de la década del 40 que provocaba la decepción de otro, más experimentado, que se decepcionaba de los cuentos, de las novelas embrionarias, del aprendiz.

La persistencia, el aprendizaje, el trabajo, las experiencias vividas, mejoraron su literatura, lo acercaron al objetivo deseado. Ariel es un escritor con su propia voz, algo que pocos pueden lograr. Supe que había empezado a encontrarla cuando leí por primera vez Autos, un cuento de infancia en el conurbano sur, que mucho después apareció en Ciertas chicas.

Digo ahora algo que no le diría personalmente: lo admiro, por esa búsqueda perpetua de la línea adecuada, precisa, para cada situación narrativa, pero sobre todo por haber logrado eso que quería, ser un escritor, un narrador, a partir de la persistencia en el oficio de escribir. Admiro eso, la superación de sus límites, y cuando lo leo, creo ver las marcas de esos saberes, similar a las marcas que dejan las mareas en una playa vacía.

Esa es una idea que compartimos desde que nos conocimos, y nos hicimos amigos. La escritura es un oficio, como cualquier otro, que debe aprenderse con paciencia y trabajo, como aprende un carpintero o un boxeador sus propias artes. La literatura como oficio requiere también de cierta dosis de autoconocimiento, comprender las capacidades y los límites que tenemos.

Ariel aprendió a leer, a vivir según sus reglas, y finalmente a escribir, a través de un largo camino por la propia incertidumbre. Para la escritura, para la vida misma, nos acompaña ese viejo párrafo de Walsh: Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto; sé que me falta mucho para poder decir instantáneamente lo que quiero, en su forma óptima; pienso que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez.

Los Procesos técnicos constituyen la parte central del oficio de bibliotecario. Es la parte de atrás de una biblioteca, donde los libros se catalogan, se miden, se clasifican, en esa búsqueda obsesiva de clasificar todo lo que existe. Comparar esa tarea con el largo oficio de escribir es un acierto inicial de este libro.

En una biblioteca, redactar un manual de procedimientos significa explicarle a quién vendrá en el futuro cómo se hicieron las cosas, cómo aplicamos en este caso particular las leyes generales del universo de las bibliotecas. Es decir, un manual de procedimientos implica una pretensión de traspasar todo lo realizado. La práctica del buen bibliotecario es obsesa y detallada, sigue planes precisos, que pretenden perdurar a través del tiempo.  Superar el paso del tiempo es una de las dos pretensiones utópicas de  de toda biblioteca. La otra es aún más ambiciosa: contener todo lo escrito, todos lo vivido en la historia humana, antes de la modernidad imperial de Google.

Permítanme estar en desacuerdo con el texto de la contratapa de Procesos técnicos. Este libro se inscribe en un género ya clásico: los manuales de escritores sobre su oficio. Este tipo de libros contienen, en general, un recorrido por la propia estética  escogida y pulida, y una ética, la ética de cómo debe escribirse según cada autor. Estos elementos están presentes en este libro.

Cuando trabajábamos en la misma biblioteca, Ari era conocido por varias conductas notables: leía todo el tiempo, muchas veces sentado en el baño de la institución; se golpeaba casi todos los días con la misma estantería metálica; y era muchas veces objeto de las burlas de varios de los personajes de Leer y escribir. Pero un proverbio ancestral, de sus tierras de origen, lo rescató: la venganza es un plato que se come frío.

Un ejemplo de esta clase de libros está en un viejo escritor italiano que leíamos entonces, en Cesare Pavese. Sus diarios, sus escritos sobre la poesía y el oficio de escribir, están presentes en Procesos técnicos, aunque su estética esté bastante alejada de la de Ariel.

Pero su estilo, su ética literaria, está más cerca de la teoría del iceberg del primer Hemingway. En este libro se dice de distintas formas:

“El escritor como un carpintero. Martillar, serruchar, modelar, tallar. Trabajar la prosa como si fuera madera. Sentir la solidez de la escritura” / “Que necesitemos imaginar a los personajes. Que lo más importante sea lo que ignoramos” / “La construcción linda -escritura que te envuelve y te seduce-. Imágenes misteriosas, que abren las situaciones, que nombran, apenas, la punta del iceberg. Tal vez esas sean dos de las claves más importantes del texto literario”.

Hay más ejemplos de su arte poética, encubiertos de citas secretas. Buscarlos, encontrarlos los hará disfrutar, se los recomiendo. Por puro capricho personal, recomiendo dos páginas más.

La 107 dice: “Soné que me encontraba con dos amigos que no veo hace bastante. Amigos de toda la vida, desde la época del nacional de Adrogué. Uno vive en Wellington. El otro en Villa de las Rosas. En el sueño, nos encontrábamos en un tren. Los tres estábamos en el mismo vagón, parados, a pesar que el vagón estaba vacío. Uno de ellos tenía la barba y el pelo muy largos. El otro, el mismo aspecto de antes –de siempre-, y con algunas canas. Sin preguntarnos qué hacíamos ahí, sin saludarnos, nos pusimos a conversar. Yo estaba por casarme. Una de esas cosas que pasan en los sueños. Hablamos de eso y de otras cuestiones, pero no me acuerdo de los detalles”.

La 120 dice: “Escribir, es decir, boxear. Puro esfuerzo físico. Rapidez mental, el cansancio en todo el cuerpo. Buscar el golpe, el cross a la mandíbula. Pegar fuerte, a veces. Pegar de a poco, con método, siempre. Como Galíndez en Johannesburgo”

Para ser leal a la ética del autor, ya no diré más, decir más es hablar demasiado, talk is cheap. Ya no.