miércoles, 29 de junio de 2016

REVISTA BRANDO

La bella lectura de IVANA ROMERO para la REVISTA BRANDO. Gracias Ivana y Fernanda Nicolini, por tanta genialidad.

Pueden leer la nota más abajo, o en el siguiente link: http://www.conexionbrando.com/1906649-paginas-que-quedan-entre-mujeres



Páginas que quedan entre mujeres

En Hay gente que no sabe lo que hace, el libro de cuentos de Alejandra Zina, son las mujeres y el vínculo entre ellas -madre e hija, hermanas, amigas- lo que da forma a un mundo en el que la libertad y el peligro son parte de la misma trama. 
    En Hay gente que no sabe lo que hace, el libro de cuentos de Alejandra Zina, son las mujeres y el vínculo entre ellas -madre e hija, hermanas, amigas- lo que da forma a un mundo en el que la libertad y el peligro son parte de la misma trama.

Por Ivana Romero 
Dos hermanas en el asiento trasero de un auto. La mayor, con una capelina color caramelo que le va grande. La menor, con un sombrero de cowboy ajustado debajo del mentón. Se sabe que están en la ruta, que volvieron de un zoológico a cielo abierto, que al auto lo conduce la novia del padre de las nenas. Se sabe que van a parar un rato en una estación de servicio. Y no se sabe (pero se intuye) que la mujer se siente incómoda manejando con esas chicas que la miran desde atrás. Sin embargo, toda esa incomodidad quedará suspendida cuando las nenas desaparezcan de su vista camino al baño, cuando no vuelvan, cuando un tipo que anda por la estación de servicio salga de improviso, cuando los tres vuelvan juntos en una escena rara, equívoca, peligrosa. Si algo caracteriza los cuentos de Hay gente que no sabe lo que hace de Alejandra Zina es esa presencia de mujeres de distintas edades que, en muchos casos, se mueven de a dos, lleven o no la misma sangre, tengan o no un vínculo luminoso. Hermanas, amigas, madres, hijas. De hecho, la escritora explora la interioridad de esos vínculos en los que los varones (o, mejor dicho, las lógicas masculinas) representan lo que queda afuera, lo que puede ser apoyo y entendimiento en algunos casos, pero también una acechanza. 
Editado por Paisanita, este volumen incluye siete relatos que Zina trabajó por años desde la publicación de Barajas en 2011 (una novela con una azafata como protagonista que, si bien tenía tapas rosadas al mejor estilo chic lit, adentro contenía un artefacto bastante más complejo y divertido, ya que en aquella oportunidad la escritora observó que existen demasiadas historias en las que, dijo, "imperan mujeres de treinta y pico, solas a su pesar, insatisfechas con sus vidas amorosas, heterosexuales hasta el machismo"). Como resultado, en los nuevos cuentos hay una voz común que, sin embargo, deja que estas chicas (niñas, pero también adultas, incluso señoras mayores) recorran su camino, aunque sea inconveniente o directamente peligroso. 
En Hay gente que no sabe lo que hace, el libro de cuentos de Alejandra Zina, son las mujeres y el vínculo entre ellas -madre e hija, hermanas, amigas- lo que da forma a un mundo en el que la libertad y el peligro son parte de la misma trama.

En "Negros famosos" -el segundo relato-, un grupo de señoras que se conocieron en un taller para aprender a manejar el word y el correo electrónico (ni sus hijos ni sus nietos tienen paciencia para enseñarles) se reúnen a tomar el té. Están preocupadas porque a una de ellas el marido la encontró dentro del placard, y de ahí al geriátrico queda un solo paso. En algún momento, se encierran en un departamento, abren una botella de whisky y empiezan a reírse mientras llevan adelante un juego intrascendente (nombrar "negros famosos", desde Michael Jackson a Nelson Mandela), debajo del cual se deslizan muchos otros juegos. Como en algún cuento de Esther Tusquets, aquí el deseo lésbico termina tomando la palabra sobre todo aquello que estas señoras respetables no dicen. En el otro extremo, las nenas del cuento "Sarah Kay" salen a mendigar juntas, una por pasatiempo y la otra por necesidad. Antes comparten confidencias en el colchón del hermano mayor de una de ellas. Nada sucede. Y, sin embargo, en esa vacuidad también el deseo habla. El erotismo sesgado de las nenas dialoga con una escritora que no es fiel a los clichés, sino a su libertad creativa. Y que tiene, además, un gran sentido del humor para retratar a sus personajes. 
Hay gente que no sabe lo que hace empieza y termina con peluquerías como escenario. En el primer cuento, "Falsa promesa", una hija acompaña a su madre anciana, y en el último, "El peluquero", una clienta advierte el ocaso de ese coiffeur que supo ser su confidente. Este juego de espejos se reproduce desde la tapa, con esas dos niñitas enfrentadas mirándose, recostadas sobre un suelo cubierto de hojas. Ninfas oscuras de Shirley Jackson, ensoñaciones de Silvina Ocampo, retratos despojados de Eudora Welty podrían estar habitados por cualquiera de estas voces. Porque estos cuentos tienen que ver con transformar en literatura todo aquello que los patrones de conducta desdeñan por pecaminoso. Aquí, esa materia se transforma en tierra fecunda, en humus sobre el que se asienta la posibilidad de que estas mujeres sean auténticamente libres. 

viernes, 24 de junio de 2016

Presentación de Flipper, de Enrique Decarli



Por, Ariel Bermani


En La ley de la ferocidad, Pablo Ramos vuelve a ponerse en la piel del personaje que protagoniza la mayoría de sus libros, Gabriel Reyes, y nos cuenta, con ferocidad, justamente, y en primera persona, la vuelta de Gabriel al barrio en que el se crió, para ocuparse del velorio de su padre. Pablo Ramos dijo alguna vez que escribió esa novela para dejar de darse botellazos en la cabeza. Más allá de que esa frase sea simpática y un poco provocativa, más aún si pensamos la obra de Ramos como aquel cross a la mandíbula del que hablaba Arlt, es cierto que La ley de la ferocidad tiene un fuerte componente catártico. Hablo de ese libro porque no dejé de pensar en Ramos, mientras leía las diferentes versiones de Flipper, la primera novela de Enrique Decarli. Tal vez por contraposición o porque los dos libros transcurren en un espacio acotado de tiempo: muere el padre, el hijo se ocupa de hacer los trámites para el velorio y el entierro y deja que los recuerdos del vínculo filial entren y salgan en forma constante en el relato. En lo argumental, las dos novelas se parecen. Pero en el tono, en la voz del personaje narrador, justamente ahí, se contraponen. Decarli elige la mesura, incluso la despersonalización. Cito una escena del  tramo final de la novela:
“La gente ocupó los primeros asientos. Ubico a mamá y a Vir. Paulo se acomoda en el último banco. Me siento al lado de él y pongo las manos debajo de las piernas. Parado atrás de altar hay un cura. La gente se para y sale. Afuera hay un cajón sobre una especie de zorra. Dudo que sea el mismo cajón que estaba en la capilla porque no ví quienes lo cargaron y llevaron hasta ahí. Quizás fueron los mismos caballeros de Lasala. O los empleados del cementerio. Incluso tal vez yo colaboré”.
¿Cómo hablar del padre, que acaba de morir? A Enrique Decarli no le alcanzó con su oficio de cuentista para contar esta historia. Necesitó entrar en la novela, un formato nuevo para él, y para eso se aferró a lo que ya conocía bien: narrar con frases cortas, controlando las emociones de sus personajes, con capítulos cortos que parecen cuentos y que le dan a su primera novela una temporalidad fragmentaria. Anécdotas breves, que van deslizándose en forma casi imperceptible en el relato principal.
Que el personaje central, en la escena que les leí, haya puesto las manos debajo de sus piernas, no es casual. La gestualidad, lo teatral, es fundamental en la obra de Decarli. Sus cuentos son piezas visuales. Perfectas. Flipper también es una pieza visual, o, mejor dicho, un conjunto de piezas. A pesar  de que esta vez Decarli se mete de lleno en el realismo –sin esas fugas hacia lo fantástico que hay en sus cuentos-, es natural leerlo con la sensación de que lo que narra es apenas una parte menor del asunto. Siempre hay algo más. Algo inaccesible para los lectores, o, por lo menos, algo que intentamos empezar a descifrar, sabiendo, de antemano, que no vamos a poder hacerlo. Nos faltan elementos. La historia se nos va de las manos.
Conozco la obra editada de Enrique Decarli y algo de lo inédito. También a él, porque nos encontramos al mismo tiempo, sus libros, mis libros, él y yo. Enseguida nos hicimos amigos, desde el primer café que tomamos en Adrogué, hace siete u ocho años. O tal vez un poco más. Hubo una época en que nos juntábamos a escribir y de esos encuentros salió parte del material de dos de sus libros y también de dos de los míos. Ahora presenta su primera novela. Hay algo distinto, en relación a sus cuentos, algo más personal. En su novela se expone más, incluso hay cosas de su propia vida que están en juego en este libro. Pero conserva su marca, esa escritura medida, precisa, musical, ordenada. Él necesita ordenarse para narrar. Para que su mundo fluya con naturalidad. Y con belleza.



jueves, 23 de junio de 2016

REVISTA NAN

Reseñas en la Revista NAN: SOBRE WACHOS, OTAKUS Y PESADILLAS.
Un genial comentario de Yanina Fuggetta sobre OTAKU la novela de Paula Brecciaroli, que comparte página con Walter LezcanoPedro ManciniRamiro Sanchiz y Joan Cornellá. 
¡Muchas gracias!

Pueden leer la nota completa en el siguiente link: http://lanan.com.ar/resenas-libros-comics/

OTAKU (PAULA BRECCIAROLI, PAISANITA EDITORA)

La segunda novela de Paula Brecciaroli (Buenos Aires, 1976) narra el universo del manga y el animé a través de la vida de Gastón, un cuarentón apático que sigue viviendo con (y de su) padre y cada tanto lo ayuda en su trabajo de plomero. El protagonista tiene un sueño: ser reconocido en el mundo del manga y el animé para darle un sentido a su vida. Sin embargo, solo rememora las viejas épocas, cuando organizaba festivales y hasta compraba historietas en Japón. Pero sobre todo siente nostalgia por una chica que conoció en la feria de Parque Rivadavia y aún no puede olvidar. Así, la soledad atraviesa la historia de Gastón, un hombre solitario disociado de su familia y la sociedad, que solo busca un poco de amor y con tal de alcanzarlo, es capaz de crear una chica tridimensional para encontrar su chica perfecta./Yanina_Fuggetta.doc

DIARIO NCO La Matanza

Muchas gracias Gustavo Grazioli por la reseña de HAY GENTE QUE NO SABE LO QUE HACE, el libro de cuentos de nuestra querida Alejandra Zina, para el diario NCO de La Matanza.Transcribimos la nota completa, que también pueden consultar en el siguiente link: http://diarionco.net/cultura/cultura-libro-cuentos-gente-no-sabe-lo/
Hay gente que no sabe lo que hace. “Las nenas comían y tomaban observando todo con el ceño fruncido y la boca formando un piquito de carne rosada.
Copian a la madre, le había dicho él cuando se lo hizo notar. Pero es tan feo, habría que enseñarles a no mirar así.
Las pocas veces que Mara intentó hablarles terminaron mal. ¿Quién era ella para decirles esas cosas?”, este episodio ocurre en uno de los cuentos titulado El último reflejo de la tarde que forma parte del libro Hay gente que no sabe lo que hace (Paisanita Editora, 2016) de Alejandra Zina. Empezar con esta cita es meterse de lleno en una prosa que danza con ojos bien atentos para lograr que una vez que empieces a leer no quieras dejar este libro.
Reseña
Por: Gustavo Grazioli
Zina teje historias que van hasta el fondo de la miseria y es en esa densidad, muchas veces, que se detectan los detalles más importantes a la hora de contar sobre algo. Hay gente que no sabe lo que hace es su último trabajo y está compuesto por siete relatos que se leen con suma expectativa. Es constante querer saber que pasa, es el primer deseo mientras el latente conflicto se va apoderando magistralmente de los párrafos compuestos por esta autora.
Los personajes que van apareciendo relato a relato se pueden leer como característicos de realidades subyugadas a la propia cotidianeidad. “Se pasaba el rato así, con el pucho prendido y la radio cerca, una portátil con estuche de cuero, grande como su mano. Le gustaba pegársela a la oreja. Todos los domingos escuchaba los partidos, especialmente si jugaba River. Decía que Francescoli era su novio”, dice Zina en su cuento La princesa enamorada para dar con esa escena en la que uno se imagina al familiar curtido por los años y la desesperanza, donde la juventud fue un divino tesoro. Quien aparece descripta en el citado párrafo es la tía Lili: una mujer que pasó de la belleza de princesa al estadio más abrumador, ocasionado por la medicación ingerida tras su cuadro de esquizofrenia y la cantidad de cigarrillos que fumaba.
La meticulosidad de ciertos detalles en esta autora hace que nada quede afuera. También demuestra la importancia de no adjetivar enseguida para que el camino del sentido no quede cerrado y la información de sus personajes se pueda conocer más a fondo. El doble sentido sobrevuela, cargando los cartuchos de nuestras mentes más perversas y en el medio de un subrayado mental las historias conviven con algunas líneas del cuentista John Cheever y se posan en tramas como las que puede desplegar Raymond Carver en su gran libro Catedral. Ciertas escenas, como por ejemplo la que sucede en el cuento Negros famosos, en donde el personaje Nancy descubre el whisky que le han obsequiado a su marido, es la propia descripción de cómo se posa ese trago y como lo recibe el cuerpo.
Tranquilamente puede ser una anotación de los diarios de Cheever: “El alcohol le entró de lleno, primero en estado gaseoso, después como una lámina acaramelada y ardiente”. Son imágenes que de forma espontánea se guardan para empezar a contarle a algún conocido ese afán por los libros que saben tocar la fibra de la adicción. Oración tras oración la vara se pone cada vez más alta y se vive el placer del texto.