miércoles, 26 de octubre de 2016

2do. Campamento, Poesía, Konex

Este domingo llega 2do. Campamento, Poesía, Konex.

El line up de lujo con todos los horarios (reales):



Estaremos con nuestros libros y plaquetas en la feria de editoriales, en el stand de La Coop.


Pueden conseguir su anticipada en Ticketek o en boletaría del Konex.


martes, 6 de septiembre de 2016

Página 12

La bella nota de Daniel Gigena, periodista y escritor que admiramos y que nos hace tan felices leer en sus post, poemas, libros, artículos, reseñas y ahora, sobre "Hay gente que no sabe lo que hace" de Alejandra Zina.
Gracias Daniel, y a Flor Monfort por la edición.
Pueden ver la nota completa, también, en el siguiente link: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-10831-2016-08-26.html

las12
VIERNES, 26 DE AGOSTO DE 2016
VISTO Y LEIDO

CAMINO DE TRANSFORMACIÓN

El tercer libro de Alejandra Zina retrata personajes femeninos con un aura de vacilación, humorismo y dosis tolerables de drama.






 Por Daniel Gigena
En los nuevos cuentos de Alejandra Zina (Buenos Aires, 1973) ocurre algo similar a lo que pasaba con Barajas, novela de chick lit que escribió por encargo para un sello confiado en el crecimiento de un género pasajero. Los personajes y narradores de los siete relatos de Hay gente que no sabe lo que hace entrenan a los lectores en un ejercicio de humorismo y decepción. El humor, como se sabe, suaviza la decepción: con sátiras e ironías el drama ya no parece tan grave. Una situación compensa a la otra, una pérdida se atenúa con descubrimientos trascendentes o triviales, un recuerdo penoso se salva con la gracia del estilo. En “Falsa promesa”, el magnífico primer cuento, la vejez quisquillosa de una madre se suaviza con un cambio de peinado: “Te conviene este castaño, dijo, pero mamá acariciaba el mechón rubio. Rosa insistió, un tono oscuro tapa mejor. Mamá contestó con un bueno casi inaudible, así es ella: o se amotina o se entrega sumisa”.
“La primera selección de cuentos la hice yo -cuenta Zina-. Escribía, corregía y cuando llegaba a versiones que me gustaban los incluía en la colección. Armaba índices posibles, tachaba, dejaba afuera cuentos que me parecían que se alejaban de la atmósfera que se estaba imponiendo.” Esa atmósfera que los cuentos comparten posee siempre una intimidad envolvente, con pocos personajes captados en una situación cotidiana en la que se entreabren posibilidades, riesgos y bucles narrativos, como en “Negros famosos”, donde un grupo de amigas elabora a su modo la internación de una de ellas en una clínica psiquiátrica. “Bueno, todo no se puede, querida. O ganás. O tomás”, reflexiona Nancy durante la noche en la que juntas juegan a nombrar a negros famosos (sin mencionar casi a la amiga internada). A veces, como en “La princesa enamorada”, la fisura por la que se cuela el drama ha quedado atrás en el tiempo: “El cómo y el porqué eran un misterio tan callado que quizá todos se fueron olvidando”.
El efecto de proximidad que los cuentos provocan es uno de los logros de la escritura de Zina. “Ese narrador en tercera que parece la voz del protagonista o la voz de alguien muy cercano al mundo que narra me gusta mucho –dice la autora–, me permite contar muchas cosas, mirar con detalle, y a partir de esos detalles construir un fuera de campo. Todo eso que no vemos o no oímos pero imaginamos.” Las voces narrativas pueden provenir o estar cerca de hijas ya adultas o de parejas de un hombre con hijas, de madres de familia aparentemente satisfechas de las vidas que construyeron o de mujeres solitarias con libertades bien cuidadas. En un movimiento doble de introspección y distancia, la tensión entre lo que se narra y lo que permanece implícito motoriza las tramas, descoloca y parece acercar a los personajes a un abismo que ignoran. “Algunos cuentos del libro tuvieron ese camino de transformación. De la primera persona a la tercera. Y el resultado me pareció más potente. La voz en primera funcionó mejor en los cuentos donde había un trabajo más fuerte con mis recuerdos”, comenta Zina.
Después de Barajas, novela protagonizada por la tripulante de una aerolínea, la autora continuó escribiendo sobre mujeres. “La novela tiene un tono muy distinto de los cuentos, pero fue el impulso para querer seguir –dice Zina–. Por esa época empecé a escribir algunos textos más autobiográficos donde aparecían tías, abuelas, madre, amigas de mis padres, amigas de la infancia, hermanas, yo misma (crecí en una familia con muy pocos varones). Encontré un universo que subestimaba, o al que le tenía prejuicio y del que ignoraba bastante. Un universo que me pareció riquísimo, misterioso, casi inagotable.” ,
Alejandra Zina
Hay gente que no sabe lo que hace
Paisanita Editora

lunes, 29 de agosto de 2016

Escape a Plutón

Escape a Plutón es un club de libros que todos los meses realiza una selección de lo más salvaje de la literatura mundial y la envía a la casa de sus socios.


Dirigida a un público adulto y con curaduría de Martín Jali, la Colección Literatura salvaje de Escape a Plutón recomienda desde títulos de autores nóveles hasta joyas descatalogadas o grandes obras de escritores de culto. Cuentos, novelas, diarios de viaje, crónicas, cómics, literatura erótica y libros de ensayo. La colección está marcada por el eclecticismo, la contemporaneidad de los textos y su valor literario.

Este mes (septiembre de 2016) ofrece:

Precoz, de Ariana Hardwicz + Hay gente que no sabe lo que hace, de Alejandra Zina

Más info haciendo click acá.

Muchas gracias querido Martín Jali por elegir uno de nuestros títulos.


Para asociarse: http://www.escapeapluton.com.ar/search/label/Asociate



jueves, 28 de julio de 2016

La Primera Piedra

Compartimos la hermosa reseña del libro "Bengalas" de Enrique decarli, que escribió nuestro querido amigo Gustavo Yuste para la revista digital La Primera Piedra.
En su versión digital la encuentran en el siguiente link: http://www.laprimerapiedra.com.ar/2016/04/bengalas-de-enrique-decarli-para-leer-con-ojos-de-despojado/


RESEÑAS CAPRICHOSAS – “BENGALAS” DE ENRIQUE DECARLI: PARA LEER CON OJOS DE DESPOJADO

Escrito por Gustavo Yuste 14 abril, 2016
Porque la literatura es otra forma de entender la realidad, en La Primera Piedra inauguramos este ciclo de reseñas sobre libros nacionales producidos por editoriales independientes. En el primer número, te acercamos Bengalas, de Enrique Decarli, publicado por Paisanita Editora en 2014. Este volumen de relatos breves condensa la fantasía y la realidad puestas al servicio de lo mismo: la transformación. Conocé como desde las personas hasta  los objetos, pasando por los sentimientos, todo se altera con el paso del tiempo según el escritor argentino Enrique Decarli. (Foto de portada: Renso Gomez)

Sobre el autor

Enrique Decarli nació en Buenos Aires, en 1973. Es abogado y músico. Desde 2008 dicta talleres de lectura y narrativa. Algunos de sus relatos fueron publicados en diferentes revistas. Publicó tres libros de relatos: Desde la habitación del sur (Quito, Libresa, 2009); Big Bang (Buenos Aires, Textos Instrusos, 2013) y Jauría (Eloisa Cartonera, 2014).

Para leer con ojos de despojado

Si se puede decir que hay un tema central en Bengalas, ese sería la transformación. En los distintos cuentos breves que se van sucediendo en el libro, los personajes van mutando hacia distintas formas y sensaciones. Con un estilo directo y sencillo, Decarli intenta introducir al lector sin rodeos en el centro de esas transformaciones a veces cotidianas, a veces lúdicas.
En ese sentido, no es casualidad que además de ser músico y escritor, el autor de Bengalas también ejerza la profesión de la abogacía. El idioma directo y conciso que caracteriza al lenguaje jurídico se entromete varias veces dentro de los cuentos para permitir a Decarli sumergirse de lleno en cada relato.
Esas mismas historias pueden variar desde el terreno de lo fantástico hasta un realismo puro, pero todas unidas bajo el hilo invisible de la transformación. Personas que se convierten en objetos, objetos que se vuelven animados como sujetos, relaciones que van deteriorándose, amistades que cambian hasta ser irreconocibles, hombres que se encogen hasta mezclarse en el aire, son algunas de las imágenes que Decarli le ofrece al lector.
La particularidad de cada relato va a permitirle al autor jugar y nutrirse con distintos registros y con la utilización de la primera, segunda o tercera persona a la hora de narrar. La brevedad de los cuentos reunidos en Bengalas facilitan el efecto sorpresa que viene envasado en cada historia fantástica, o la identificación con los sentimientos que en los relatos más realistas se despliegan con gran habilidad.
Así entonces, Enrique Decarli logra en Bengalas desconcertar dentro de un lenguaje conocido y familiar para cualquier lector. Un lector que puede agarrar el libro y leerlo en cualquier momento y circunstancia. Eso sí – y tal como sugieren en el primer relato “Los despojados”- siempre con ojos de despojado para dejarse introducir en la fantasía de lo real o lo real de la fantasía.

miércoles, 27 de julio de 2016

Presentación de Flipper

por, Macarena Moraña


Foto: Daniel Peluffo
  Nunca entendí esas máquinas, ni el juego ni la gracia ni el objetivo. Tampoco sé por qué Enrique decidió titular así su novela. Pero esto es solo el principio de mi larga lista, pues en tantos años de vida, ya he sumado incomprensiones de diversas formas y tamaños. Un buen ejemplo tiene que ver con mi papá a quien dejé de ver a mis diecinueve años. Desde entonces observo con fascinación los vínculos entre padre e hijo, en los bares, en los colectivos, en la gente que a mi alrededor tiene padres a los que abrazar, con los que pelear, o a los que recordar desde la fascinación, la nostalgia o la tristeza. Esa curiosidad, por supuesto, también salpica mis deseos como lectora haciendo que el género llamado “novela del padre” sea para mí una tentación, huecos en los que me meto a curiosear lo que no conozco, lo que no tuve, lo que no me tocó.

  No lo volvería a hacer pero estuve muchos días zambullida en La muerte del padre, de Karl Ove Knausgard. Leí y aun leo (y seguro leeré) La invención de la soledad, de Paul Auster, Mi libro enterrado, de Mauro Libertella, La ley de la ferocidad, de Pablo Ramos, Situación de peligro y El buen dolor, del maestro Saccomano.
 Todavía me debo Patrimonio, de Phillip Roth y espero con ansiedad que re-editen la impecable Salvatierra, de Pedro Mairal. Insisto en mis talleres con la lectura del cuento “Nadar de noche”, de Juan Forn, la novela Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra e incluyo Carta al padre, de Franz Kafka con la misma vehemencia que recomiendo las cartas que escribió Vera Fogwill para Radar tras la muerte de su padre.

  Cuando apenas leí el cuento “Vía láctea” del libro Bengalas, supe que iba a ser un eslabón más de esta lista, y uno fundamental, con la yapa de lo fantástico y lo misterioso. Enseguida quise invitar a Enrique al taller que coordino para que nos contase sobre el proceso de construcción del libro. Se vino desde Calzada hasta Martínez porque, al igual que el personaje protagónico de Flipper, él también es gustoso de atravesar largas distancias, aunque ahora ya no traiga un discman adherido a los oídos. Fue una noche de martes en la que  nos regaló libros, nos leyó con su voz inmejorable, y nos dejó a todas –éramos solo mujeres- además de embelesadas, llenas de ganas de conseguir un metrónomo para ponernos a escribir.  
  Me ocurrió que, y no solo con el cuento “Vía láctea” sino con varios de los cuentos de Bengalas, sentí una especie de nostalgia de novela, de estiramiento, de llevar algunas de esas historias entre padres e hijos a un lugar más confortable. Y al tiempo llegó Flipper, con otro padre y otro hijo, pero con la potencia y la belleza que ya contenían aquellos cuentos de vínculos entre varones.

  Flipper es una novela breve que emana simpleza, honestidad y mucho barrio. Barrio, en este caso, como calificativo, porque en Flipper hay calle y experiencia en una medida justa, sin cancherismo, sin poses. El personaje de Decarli es humilde, falible y hasta torpe por momentos. Tiene sexo, juega al fútbol, disfruta de sus vicios y sus gomías, pero aun así no es canchero. Es un tipo sensible, impregnado de dolor y silencio. Encontrar silencio en un libro es magia. Un buen ejemplo es la escena en la que el protagonista se olvida las llaves de su casa y se ve obligado a esperar una noche entera junto a su amigo, los dos sentados en la vereda, a que llegue el día. También hay silencio dentro del auto, durante los viajes que comparte con el padre. Enrique logra que esos silencios se escuchen, que sean palpables.

  La lectura de Flipper invita a reflexionar sobre los propios recuerdos. Cuando Enrique me pidió que la presentara yo no sabía de qué se trataba. Cuando me encontré con un padre, un hijo, y una reconstrucción de la memoria a partir de la muerte, volví a preguntarme por vez numero mil millón si las historias llegan a uno por lo que a uno le pasa o a uno le pasa, finalmente, lo que cuentan las historias.


  El padre hosco y de pocas palabras que, al igual que los reyes magos, “hace lo que puede”, criado en la cultura del trabajo y sobreviviente de un terremoto, hacia el final llega a quejarse de un dolor físico que ya no puede sentir, pues le han quitado la extremidad desde la que jura que proviene el dolor. El poder narrativo que se alcanza allí, al igual que la dolencia, radica en el vacío, en lo que ya no está ni estará. Habla del dolor imposible, ese que no puede ubicarse en ningún lugar tangible, el dolor de la ausencia. Eso es lo que describe Enrique Decarli en Flipper, una historia con olor a cigarrillo y música del Polaco como gusto heredado y compartido, como algo que se pasa entre un padre y un hijo, esos dos imperfectos desconocidos de toda la vida y también, de toda la muerte.

Foto: Daniel Peluffo

Invitación a la Feria de Editores

Queridxs amigxs, durante el 6 y 7 de agosto vamos a participar por primera vez de la Feria de Editores, junto a más de 80 editoriales independientes.Será una oportunidad para encontrarnos, conseguir libros con grandes descuentos, participar de charlas, sorteos y cientos de actividades.
La entrada es libre y gratuita.
¡Lxs esperamos!



jueves, 14 de julio de 2016

Procesos Técnicos de Ariel Bermani


Por, María Insua


Soy una que guardó los posteos de Procesos Técnicos


  Durante un buen tiempo guardaste los posteos de Bermani en un documento para volver a leerlos. Eliminalo. Ya salió el libro.
  Ahora que lo tenés leés la contratapa y ya sabés que no será una versión de Mientras escribo o de, Las clases de Hebe Uhart.
  Lo hojeás, parecen fragmentitos, así que te hacés un mate para leerlos de un tirón. 
  Te acomodás en el sillón. Pero cuando estás en la página 3, te levantás a buscar un lápiz.
  Escribís signos de exclamación, subrayás, ponés, “Tener en cuenta”, ponés, “pensarlo”, ponés, “uh, tiene razón”.
  No creas que sos la única que se queda leyendo 5 veces las mismas 2 oraciones, y que vuelve a la página anterior porque se quedó pensando. Cuando estés yendo a renovar el mate, vas a pensar en tus lecturas, en tu escritura, en tus amores, en tus recuerdos, jodidamente atrapada por la literatura.                                                              
  No muerdas el lápiz, ya llegará el momento de poner: “esto me gusta menos”, esa negación suavizada que se te pegó de frecuentar a Bermani, a quien se le pegó de frecuentar a Borges.
  Habrá momentos, en las primeras págs., en la 77, o cuando releas la pág. 11, que vas a querer largar el libro  para ir a escribir todo lo que creés que, “ahora, sí, ahora sí vas a poder”.
  Ese “yo” que se confiesa, tan atractivo, que te confunde al punto de preguntarte, ¿esto lo pensé yo y lo escribió Bermani?, es un yo colectivo y existencial al mismo tiempo, que también se pregunta, si no, escuchá cuando la cita a Leonora Carrington, “El mundo que pinto no sé si lo invento, yo creo más bien que es ese mundo el que me inventó a mí”.
  Te advierto que no le hizo caso a Lopérfido y habla de política. Cuando leas: “poner en común la lectura de un texto”, revisá tu participación política, porque los procesos técnicos  son políticos.
Lo podés postear cuando quieras. Te recomiendo el de la pág. 14 para el face.
  No vas a encontrar dónde este libro reconoce que nos vamos a morir. Pero vas a entender que habla de eso, y lo enfrenta. Que te cuenta sobre las horas en que no se lee ni se escribe, pero que, mientras tanto, se puede caminar junto a Eros. 
  Sabés que nadie te puede enseñar a escribir. No busques tips en este libro. Pero no te pierdas de encontrar todo lo que implica escribir. Bermani lo cuenta a veces en forma poética, a veces como si fuera una charla entre amigos. 
  Cuando termines el libro,  leé esto de Yves Bonnefoy: “Hoy no sólo pensamos y hablamos de manera conceptual, con nociones y representaciones generales, que nada saben del tiempo, que nos hacen olvidar nuestra condición de mortales, que nos impiden comprender el valor fundamental del instante vivido”.
  Ariel Bermani te muestra eso en Procesos Técnicos, el valor fundamental del instante vivido.
 No es un libro que tranquiliza conciencias, ni da respuestas. Cuenta de modo amable, generoso y descarnado, los momentos en que un escritor no lee ni escribe, o quién sabe, tal vez, sí. 

miércoles, 13 de julio de 2016

Presentación de Flipper, de Enrique Decarli

El 24 de junio de 2016, presentamos FLIPPER la novela de Enrique Decarli, en La Libre, una de las librerías más hermosas de Buenos Aires.
Macarena Moraña y Ariel Bermani nos comentaron su experiencia como lectores.
Nos quedamos hasta muy tarde, charlando, leyendo, revisando las mil publicaciones de La Libre. Ariel inició una caída olímpica desde la silla y para disimular se produjo un scrum de invitadxs, entre ellxs Juan Imassi y Pablo Oubiña. Vinieron tantxs amigxs, míticos editores, escritorxs, turistas, que no sabíamos si el primer piso de La Libre iba a aguantar. Hubo sorteo, preguntas y brindis.
Tierna como un niño, hábil como un sobreviviente, la novela FLIPPER salió al mundo de lxs lectorxs.
¡Gracias a todxs!

imágenes de Daniel Peluffo



















martes, 12 de julio de 2016

La Primera Piedra

Compartimos la hermosa reseña del libro "Hay gente que no sabe lo que hace" de Alejandra Zina, que escribió nuestro querido amigo Gustavo Yuste para la revista digital La Primera Piedra.
En su versión digital la encuentran en el siguiente link: http://www.laprimerapiedra.com.ar/2016/07/resenas-caprichosas-gente-no-sabe-lo-alejandra-zina-mujeres-bellas-fuertes/


RESEÑAS CAPRICHOSAS – “HAY GENTE QUE NO SABE LO QUE HACE” DE ALEJANDRA ZINA: MUJERES BELLAS Y FUERTES

Escrito por Gustavo Yuste 11 julio, 2016
En los cuentos de Hay gente que no sabe lo que hace (Paisanita Editora, 2016) de Alejandra Zina, las mujeres asumen el protagonismo de las historias a través de experiencias personales que, sin embargo, muestran el universo de lo femenino desde una perspectiva más que interesante. Con un estilo ágil y sin rodeos, la autora hace del ocultamiento un arma clave a la hora de narrar y, también, a la hora de denunciar las situaciones que socialmente se le imponen a ese género.

Sobre la autora

Alejandra Zina nació en Buenos Aires en 1973. Publicó la antología Erótica argentina y, en co-autoría, la compilación En primera persona. Correspondencia argentina en dos siglos. Tiene editado el libro de cuentos Lo que se pierde (Carne argentina, 2005) y la novela Barajas (Plaza&Janés, 2011). Relatos suyos integran diversas antologías de Argentina y España. Ha publicado cuentos, notas y reseñas en Clarín, Ñ, Perfil, El Litoral, Mil Mamuts y El Ojo Mocho, y en las revistas españolas Culturamas y Calibre 38. Es una de las organizadoras del ciclo Carne Argentina. Coordina talleres de escritura de forma particular y en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica.

 Mujeres bellas y fuertes

Los siete cuentos que integran Hay gente que no sabe lo que hace (Paisanita Editora, 2016) de Alejandra Zina cuentan con un factor en común: la mujer como protagonista y centro. Pasando de una primera a tercera persona dependiendo el cuento, Zina introduce al lector dentro del universo femenino a través de historias que, pese a su realismo, siempre esconden un misterio que es necesario completar.
Las distintas protagonistas de los relatos de Hay gente que no sabe lo que hace logran hacer ver el mundo a través de los ojos de una mujer de determinada edad y contexto según el cuento. Justamente ahí radica una de las claves de la autora: no caer en estereotipos femeninos que se le cargan a las mujeres, no solo en la sociedad en general, sino muchas veces en la literatura en particular. Las distintas voces que aparecen en las historias que narra Alejandra Zina cargan con un encanto y misterio que las vuelve únicas en su complejidad y es el lector el que debe esforzarse para ir de la mano con ellas.
En ese mismo sentido, fiel a su estilo ágil, directo y hábil, Zina logra que este libro denuncie desde la literatura misma, sin necesidad de caer en estilos panfletarios. Dentro de cada universo retratado por la autora, las mujeres se encuentran inmersas dentro de las dificultades y problemáticas que el mundo actual las obliga a transitar. Los miedos de ser mujer en una sociedad machista son, a su vez, compensados con la habilidad de Zina para mostrar el coraje femenino en las situaciones cotidianas de la vida.
Otro aspecto a destacar dentro de este volumen de cuentos es que existe una variedad que, lejos de ser forzada, lo vuelve aún más natural y realista. Distintas historias, contextos disímiles y protagonistas femeninas de distintas edades van construyendo mundos de forma casi fotográfica, sobre todo si se tiene en cuenta que hay mucha información que no se revela y es el lector el que debe reconstruir, ya que, donde algo se exhibe, algo se esconde al mismo tiempo.
Alejandra Zina demuestra en este libro el por qué ocupa cada vez más un lugar dentro de los autores destacados de la literatura argentina contemporánea.  Los cuentos de Hay gente que no sabe lo que hace invitan a sumergirse dentro de un mundo de mujeres fuertes sin importar la edad o la condición social, a poder ver la vida bajo la bella complejidad de ser mujer en la sociedad actual.

lunes, 11 de julio de 2016

BENGALAS de Enrique Decarli



Por, Alejandra Zina



Sobre Bengalas


Soy una lectora compulsiva de cuentos, me gusta agarrar un libro y leer uno por día hasta terminarlo, metódicamente, como una dieta o un rezo. Tengo un lugar que es la cocina de mi casa, ahí estoy sola, y mientras desayuno leo. Mi día desde hace varios años arranca así. Nunca lo reflexioné pero debe ser que la lectura amortigua un poco la vigilia, como un despertar en etapas. Leyendo sigo en un estado de suspensión, de realidad paralela, mientras todo alrededor hace ruido, se mueve y produce para subsistir.
Ese estado de suspensión potenciaba todavía más los climas que me fui encontrando en el libro de Enrique. Mientras leía los cuentos de Bengalas, me acordé de algunas cosas. Leer siempre es acordarse de algo.
na de las primeras veces que visité Casanova, íbamos en la vieja camioneta de mi suegro que nos había pasado a buscar por la estación de Morón, y en una esquina apareció uno de la Bonaerense haciendo dedo. Mi suegro frenó, le preguntó para dónde iba y lo levantó. Es Navidad, dijo él para excusarse, pero igual generó una tensión familiar sobre hacer o no hacer esa clase de cosas. Que es una tensión más profunda en relación al poder y a lo que significa la policía en esos barrios. Con un episodio similar empieza “Vía Láctea”, un cuento bellísimo que para mí es el clímax del libro. Pero Enrique esquiva lo siniestro y apuesta al relato de aventura.
Un padre viajante de comercio decide llevar a su hijo adolescente a uno de sus viajes de trabajo. Yendo para San Luis los para la caminera y el mismo policía que los aborda, les pide “la gauchada” de que lo acerquen hasta Mercedes. El padre desvía su ruta y en ese desvío empieza la aventura, que es un viaje de iniciación y de despedida.
Otros cuentos del libro me hicieron acordar a los relatos más oníricos de Mario Levrero, donde todo puede suceder, donde los paisajes cotidianos dejan de serlo, donde las personas conocidas se vuelven perfectos desconocidos, como ocurre en “Reencuentro”.
Enrique trabaja sobre la premisa de lo literal. El cuento que acabo de mencionar hace literal una expresión muy común que usamos cuando volvemos a ver alguien después de mucho tiempo: estás tan cambiado que parecés otro. Y parece otro. Y es otro. No hay metáfora ni símbolo ni alegoría, sino otra realidad.
En este país paralelo un hombre se achica hasta desaparecer (como en la famosa historia de Richard Matheson, El increíble hombre menguante); todos los funcionarios renuncian en masa sin dar ninguna explicación; un jinete enmascarado cruza a caballo la plaza del pueblo; una sociedad de linyeras mutantes vive en los pasillos y andenes del subte.
Casi todas las historias del libro se alimentan, voluntaria o involuntariamente, de esa fuente maravillosa que es el fantástico rioplatense, agregándole algunos trazos de humor o de absurdo. Sin tapar la voz de Enrique se escucha Fontanarrosa, Laiseca, Felisberto, Maslíah, como un coro de maestros irreverentes.
Es inevitable. Apenas nos metemos adentro del agua, adentro de la escritura, aparecen esas algas que son las influencias que se enredan en el pie sin que las busquemos.
A esta tradición de narrativa dislocada se suman los cuentos de Bengalas. Me gusta lo que dice el narrador de “Un destello de oro blanco”: Abajo del agua el mundo es otro. Me gusta porque ese es el hueso del cuento fantástico. Lo extraordinario que irrumpe, luego desaparece, y deja una sensación de nostalgia.


viernes, 8 de julio de 2016

"Procesos Técnicos" de Ariel Bermani


Por, Pablo Goodbar



Manual de procedimientos



Procesos técnicos es el décimo libro de Ariel que tengo en casa. Según las solapas de sus libros, tiene nueve libros publicados. Pero tengo uno que no quiere reconocer, una especie de hijo prematuro no deseado, con algunos poemas y uno de esos perros en la tapa.

Ya no escribo, y nunca escribí sobre Ari. Tal vez es el momento de hacerlo.

Escribe desde hace mucho, ¿treinta años tal vez? Cuando nos conocimos, tenía muy buenas ideas, y hablaba obsesivamente sobre lo que pensaba escribir. Pero cuando escribía esas ideas, cuando las mostraba, había un clima de frustración en el aire. Nada era como lo pretendido, nada salía del todo bien. Esa diferencia entre lo anhelado y lo concretado, entre el producto deseado y el logrado, no es una idea  demasiado original. En la inmensa llanura de las citas, recuerda a aquel joven escritor de la década del 40 que provocaba la decepción de otro, más experimentado, que se decepcionaba de los cuentos, de las novelas embrionarias, del aprendiz.

La persistencia, el aprendizaje, el trabajo, las experiencias vividas, mejoraron su literatura, lo acercaron al objetivo deseado. Ariel es un escritor con su propia voz, algo que pocos pueden lograr. Supe que había empezado a encontrarla cuando leí por primera vez Autos, un cuento de infancia en el conurbano sur, que mucho después apareció en Ciertas chicas.

Digo ahora algo que no le diría personalmente: lo admiro, por esa búsqueda perpetua de la línea adecuada, precisa, para cada situación narrativa, pero sobre todo por haber logrado eso que quería, ser un escritor, un narrador, a partir de la persistencia en el oficio de escribir. Admiro eso, la superación de sus límites, y cuando lo leo, creo ver las marcas de esos saberes, similar a las marcas que dejan las mareas en una playa vacía.

Esa es una idea que compartimos desde que nos conocimos, y nos hicimos amigos. La escritura es un oficio, como cualquier otro, que debe aprenderse con paciencia y trabajo, como aprende un carpintero o un boxeador sus propias artes. La literatura como oficio requiere también de cierta dosis de autoconocimiento, comprender las capacidades y los límites que tenemos.

Ariel aprendió a leer, a vivir según sus reglas, y finalmente a escribir, a través de un largo camino por la propia incertidumbre. Para la escritura, para la vida misma, nos acompaña ese viejo párrafo de Walsh: Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto; sé que me falta mucho para poder decir instantáneamente lo que quiero, en su forma óptima; pienso que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez.

Los Procesos técnicos constituyen la parte central del oficio de bibliotecario. Es la parte de atrás de una biblioteca, donde los libros se catalogan, se miden, se clasifican, en esa búsqueda obsesiva de clasificar todo lo que existe. Comparar esa tarea con el largo oficio de escribir es un acierto inicial de este libro.

En una biblioteca, redactar un manual de procedimientos significa explicarle a quién vendrá en el futuro cómo se hicieron las cosas, cómo aplicamos en este caso particular las leyes generales del universo de las bibliotecas. Es decir, un manual de procedimientos implica una pretensión de traspasar todo lo realizado. La práctica del buen bibliotecario es obsesa y detallada, sigue planes precisos, que pretenden perdurar a través del tiempo.  Superar el paso del tiempo es una de las dos pretensiones utópicas de  de toda biblioteca. La otra es aún más ambiciosa: contener todo lo escrito, todos lo vivido en la historia humana, antes de la modernidad imperial de Google.

Permítanme estar en desacuerdo con el texto de la contratapa de Procesos técnicos. Este libro se inscribe en un género ya clásico: los manuales de escritores sobre su oficio. Este tipo de libros contienen, en general, un recorrido por la propia estética  escogida y pulida, y una ética, la ética de cómo debe escribirse según cada autor. Estos elementos están presentes en este libro.

Cuando trabajábamos en la misma biblioteca, Ari era conocido por varias conductas notables: leía todo el tiempo, muchas veces sentado en el baño de la institución; se golpeaba casi todos los días con la misma estantería metálica; y era muchas veces objeto de las burlas de varios de los personajes de Leer y escribir. Pero un proverbio ancestral, de sus tierras de origen, lo rescató: la venganza es un plato que se come frío.

Un ejemplo de esta clase de libros está en un viejo escritor italiano que leíamos entonces, en Cesare Pavese. Sus diarios, sus escritos sobre la poesía y el oficio de escribir, están presentes en Procesos técnicos, aunque su estética esté bastante alejada de la de Ariel.

Pero su estilo, su ética literaria, está más cerca de la teoría del iceberg del primer Hemingway. En este libro se dice de distintas formas:

“El escritor como un carpintero. Martillar, serruchar, modelar, tallar. Trabajar la prosa como si fuera madera. Sentir la solidez de la escritura” / “Que necesitemos imaginar a los personajes. Que lo más importante sea lo que ignoramos” / “La construcción linda -escritura que te envuelve y te seduce-. Imágenes misteriosas, que abren las situaciones, que nombran, apenas, la punta del iceberg. Tal vez esas sean dos de las claves más importantes del texto literario”.

Hay más ejemplos de su arte poética, encubiertos de citas secretas. Buscarlos, encontrarlos los hará disfrutar, se los recomiendo. Por puro capricho personal, recomiendo dos páginas más.

La 107 dice: “Soné que me encontraba con dos amigos que no veo hace bastante. Amigos de toda la vida, desde la época del nacional de Adrogué. Uno vive en Wellington. El otro en Villa de las Rosas. En el sueño, nos encontrábamos en un tren. Los tres estábamos en el mismo vagón, parados, a pesar que el vagón estaba vacío. Uno de ellos tenía la barba y el pelo muy largos. El otro, el mismo aspecto de antes –de siempre-, y con algunas canas. Sin preguntarnos qué hacíamos ahí, sin saludarnos, nos pusimos a conversar. Yo estaba por casarme. Una de esas cosas que pasan en los sueños. Hablamos de eso y de otras cuestiones, pero no me acuerdo de los detalles”.

La 120 dice: “Escribir, es decir, boxear. Puro esfuerzo físico. Rapidez mental, el cansancio en todo el cuerpo. Buscar el golpe, el cross a la mandíbula. Pegar fuerte, a veces. Pegar de a poco, con método, siempre. Como Galíndez en Johannesburgo”

Para ser leal a la ética del autor, ya no diré más, decir más es hablar demasiado, talk is cheap. Ya no.


sábado, 2 de julio de 2016

"Hay gente que no sabe lo que hace", de Alejandra Zina





Por, Ariel Bermani



Son siete los cuentos que componen este libro. Se trata del tercer libro de Alejandra Zina. En 2005 publicó Lo que se pierde, su primer volumen de relatos. En 2011 su primera novela, Barajas. Zina necesita que pasen 5 o 6 años para dar a conocer el material nuevo. Es una autora que se toma su tiempo para escribir, para corregir, para darle espacio a su obra, para esperar que madure. En una época como esta, donde la cita de Lamborghini está más presente que nunca –“publicar, después escribir”-, Alejandra Zina escribe. Primero, escribe.
 Hay gente que no sabe lo que hace es un conjunto de relatos protagonizados por mujeres. Mujeres que viven en la ciudad de Buenos Aires. Una de ellas acompaña a la madre, que decidió cortarse su larguísimo pelo. Otra lleva de paseo a las hijas de su pareja. Otra observa cómo funciona la vida cotidiana en una peluquería. Otras se reúnen con frecuencia, desde hace mucho tiempo. Mujeres jóvenes, mujeres que están envejeciendo, viejas, nenas. Un conjunto heterogéneo de mujeres.
Los relatos de este libro se mueven con comodidad en una realidad banal. Sin embargo, la amenaza, la sensación de que esa realidad es solo aparente, de que todo puede derrumbarse en cualquier momento, acecha. Las acecha, a ellas, a las mujeres de Zina, que son la gente que no sabe lo que hace. O lo saben, pero no se lo cuestionan.  

Estos cuentos nos involucran en la vida de sus personajes, con intensidad, y en algún momento, cuando las historias parecen a punto de estallar, de quebrarse, nos expulsan. No tienen principio, ni final. Entramos y salimos de los cuentos como si estuviéramos espiando por la ventana a unas mujeres que nunca llegaremos a conocer. Pero que están tan cerca que nos dejan la falsa sensación de que las conocemos bien.  

miércoles, 29 de junio de 2016

REVISTA BRANDO

La bella lectura de IVANA ROMERO para la REVISTA BRANDO. Gracias Ivana y Fernanda Nicolini, por tanta genialidad.

Pueden leer la nota más abajo, o en el siguiente link: http://www.conexionbrando.com/1906649-paginas-que-quedan-entre-mujeres



Páginas que quedan entre mujeres

En Hay gente que no sabe lo que hace, el libro de cuentos de Alejandra Zina, son las mujeres y el vínculo entre ellas -madre e hija, hermanas, amigas- lo que da forma a un mundo en el que la libertad y el peligro son parte de la misma trama. 
    En Hay gente que no sabe lo que hace, el libro de cuentos de Alejandra Zina, son las mujeres y el vínculo entre ellas -madre e hija, hermanas, amigas- lo que da forma a un mundo en el que la libertad y el peligro son parte de la misma trama.

Por Ivana Romero 
Dos hermanas en el asiento trasero de un auto. La mayor, con una capelina color caramelo que le va grande. La menor, con un sombrero de cowboy ajustado debajo del mentón. Se sabe que están en la ruta, que volvieron de un zoológico a cielo abierto, que al auto lo conduce la novia del padre de las nenas. Se sabe que van a parar un rato en una estación de servicio. Y no se sabe (pero se intuye) que la mujer se siente incómoda manejando con esas chicas que la miran desde atrás. Sin embargo, toda esa incomodidad quedará suspendida cuando las nenas desaparezcan de su vista camino al baño, cuando no vuelvan, cuando un tipo que anda por la estación de servicio salga de improviso, cuando los tres vuelvan juntos en una escena rara, equívoca, peligrosa. Si algo caracteriza los cuentos de Hay gente que no sabe lo que hace de Alejandra Zina es esa presencia de mujeres de distintas edades que, en muchos casos, se mueven de a dos, lleven o no la misma sangre, tengan o no un vínculo luminoso. Hermanas, amigas, madres, hijas. De hecho, la escritora explora la interioridad de esos vínculos en los que los varones (o, mejor dicho, las lógicas masculinas) representan lo que queda afuera, lo que puede ser apoyo y entendimiento en algunos casos, pero también una acechanza. 
Editado por Paisanita, este volumen incluye siete relatos que Zina trabajó por años desde la publicación de Barajas en 2011 (una novela con una azafata como protagonista que, si bien tenía tapas rosadas al mejor estilo chic lit, adentro contenía un artefacto bastante más complejo y divertido, ya que en aquella oportunidad la escritora observó que existen demasiadas historias en las que, dijo, "imperan mujeres de treinta y pico, solas a su pesar, insatisfechas con sus vidas amorosas, heterosexuales hasta el machismo"). Como resultado, en los nuevos cuentos hay una voz común que, sin embargo, deja que estas chicas (niñas, pero también adultas, incluso señoras mayores) recorran su camino, aunque sea inconveniente o directamente peligroso. 
En Hay gente que no sabe lo que hace, el libro de cuentos de Alejandra Zina, son las mujeres y el vínculo entre ellas -madre e hija, hermanas, amigas- lo que da forma a un mundo en el que la libertad y el peligro son parte de la misma trama.

En "Negros famosos" -el segundo relato-, un grupo de señoras que se conocieron en un taller para aprender a manejar el word y el correo electrónico (ni sus hijos ni sus nietos tienen paciencia para enseñarles) se reúnen a tomar el té. Están preocupadas porque a una de ellas el marido la encontró dentro del placard, y de ahí al geriátrico queda un solo paso. En algún momento, se encierran en un departamento, abren una botella de whisky y empiezan a reírse mientras llevan adelante un juego intrascendente (nombrar "negros famosos", desde Michael Jackson a Nelson Mandela), debajo del cual se deslizan muchos otros juegos. Como en algún cuento de Esther Tusquets, aquí el deseo lésbico termina tomando la palabra sobre todo aquello que estas señoras respetables no dicen. En el otro extremo, las nenas del cuento "Sarah Kay" salen a mendigar juntas, una por pasatiempo y la otra por necesidad. Antes comparten confidencias en el colchón del hermano mayor de una de ellas. Nada sucede. Y, sin embargo, en esa vacuidad también el deseo habla. El erotismo sesgado de las nenas dialoga con una escritora que no es fiel a los clichés, sino a su libertad creativa. Y que tiene, además, un gran sentido del humor para retratar a sus personajes. 
Hay gente que no sabe lo que hace empieza y termina con peluquerías como escenario. En el primer cuento, "Falsa promesa", una hija acompaña a su madre anciana, y en el último, "El peluquero", una clienta advierte el ocaso de ese coiffeur que supo ser su confidente. Este juego de espejos se reproduce desde la tapa, con esas dos niñitas enfrentadas mirándose, recostadas sobre un suelo cubierto de hojas. Ninfas oscuras de Shirley Jackson, ensoñaciones de Silvina Ocampo, retratos despojados de Eudora Welty podrían estar habitados por cualquiera de estas voces. Porque estos cuentos tienen que ver con transformar en literatura todo aquello que los patrones de conducta desdeñan por pecaminoso. Aquí, esa materia se transforma en tierra fecunda, en humus sobre el que se asienta la posibilidad de que estas mujeres sean auténticamente libres. 

viernes, 24 de junio de 2016

Presentación de Flipper, de Enrique Decarli



Por, Ariel Bermani


En La ley de la ferocidad, Pablo Ramos vuelve a ponerse en la piel del personaje que protagoniza la mayoría de sus libros, Gabriel Reyes, y nos cuenta, con ferocidad, justamente, y en primera persona, la vuelta de Gabriel al barrio en que el se crió, para ocuparse del velorio de su padre. Pablo Ramos dijo alguna vez que escribió esa novela para dejar de darse botellazos en la cabeza. Más allá de que esa frase sea simpática y un poco provocativa, más aún si pensamos la obra de Ramos como aquel cross a la mandíbula del que hablaba Arlt, es cierto que La ley de la ferocidad tiene un fuerte componente catártico. Hablo de ese libro porque no dejé de pensar en Ramos, mientras leía las diferentes versiones de Flipper, la primera novela de Enrique Decarli. Tal vez por contraposición o porque los dos libros transcurren en un espacio acotado de tiempo: muere el padre, el hijo se ocupa de hacer los trámites para el velorio y el entierro y deja que los recuerdos del vínculo filial entren y salgan en forma constante en el relato. En lo argumental, las dos novelas se parecen. Pero en el tono, en la voz del personaje narrador, justamente ahí, se contraponen. Decarli elige la mesura, incluso la despersonalización. Cito una escena del  tramo final de la novela:
“La gente ocupó los primeros asientos. Ubico a mamá y a Vir. Paulo se acomoda en el último banco. Me siento al lado de él y pongo las manos debajo de las piernas. Parado atrás de altar hay un cura. La gente se para y sale. Afuera hay un cajón sobre una especie de zorra. Dudo que sea el mismo cajón que estaba en la capilla porque no ví quienes lo cargaron y llevaron hasta ahí. Quizás fueron los mismos caballeros de Lasala. O los empleados del cementerio. Incluso tal vez yo colaboré”.
¿Cómo hablar del padre, que acaba de morir? A Enrique Decarli no le alcanzó con su oficio de cuentista para contar esta historia. Necesitó entrar en la novela, un formato nuevo para él, y para eso se aferró a lo que ya conocía bien: narrar con frases cortas, controlando las emociones de sus personajes, con capítulos cortos que parecen cuentos y que le dan a su primera novela una temporalidad fragmentaria. Anécdotas breves, que van deslizándose en forma casi imperceptible en el relato principal.
Que el personaje central, en la escena que les leí, haya puesto las manos debajo de sus piernas, no es casual. La gestualidad, lo teatral, es fundamental en la obra de Decarli. Sus cuentos son piezas visuales. Perfectas. Flipper también es una pieza visual, o, mejor dicho, un conjunto de piezas. A pesar  de que esta vez Decarli se mete de lleno en el realismo –sin esas fugas hacia lo fantástico que hay en sus cuentos-, es natural leerlo con la sensación de que lo que narra es apenas una parte menor del asunto. Siempre hay algo más. Algo inaccesible para los lectores, o, por lo menos, algo que intentamos empezar a descifrar, sabiendo, de antemano, que no vamos a poder hacerlo. Nos faltan elementos. La historia se nos va de las manos.
Conozco la obra editada de Enrique Decarli y algo de lo inédito. También a él, porque nos encontramos al mismo tiempo, sus libros, mis libros, él y yo. Enseguida nos hicimos amigos, desde el primer café que tomamos en Adrogué, hace siete u ocho años. O tal vez un poco más. Hubo una época en que nos juntábamos a escribir y de esos encuentros salió parte del material de dos de sus libros y también de dos de los míos. Ahora presenta su primera novela. Hay algo distinto, en relación a sus cuentos, algo más personal. En su novela se expone más, incluso hay cosas de su propia vida que están en juego en este libro. Pero conserva su marca, esa escritura medida, precisa, musical, ordenada. Él necesita ordenarse para narrar. Para que su mundo fluya con naturalidad. Y con belleza.